«Las vacunas deben ser un bien público mundial» Mensaje del Secretario General de la ONU "Somos testigos de un círculo vicioso de violaciones" mencionó.

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Con motivo de realizarse la apertura del 46º período ordinario de sesiones del Consejo de DDHH de la ONU, el secretario general de ese organismo, dijo en su discurso, las graves falencias expuestas por la pandemia en todo el mundo.

Antonio Guterres, en su alocución, dijo: «Los derechos humanos nos emparentan; nos conectan unos a otros, como iguales. Los derechos humanos son nuestro salvavidas; son el camino para resolver las tensiones y forjar una paz duradera. Los derechos humanos están en primera línea; son los pilares de un mundo de dignidad y oportunidades para el conjunto de la población, y están en el punto de mira todos los días.

El Consejo de Derechos Humanos es el foro global donde se abordan todos los problemas relacionados con los derechos humanos. Agradezco esa labor vital, y acojo con satisfacción el compromiso de todos los Estados Miembros y de la sociedad civil.

Hace un año, me presenté ante ustedes para lanzar un Llamamiento a la Acción en favor de los Derechos Humanos. A este llamamiento, basado en los valores y la dignidad, le dimos el nombre de “La aspiración más elevada”, inspirándonos en las palabras de la propia Declaración Universal de Derechos Humanos.

Esa frase es un recordatorio de que garantizar los derechos humanos es esencial y, a la vez, una labor que nunca termina. Los avances pueden desvanecerse fácilmente. Los peligros se pueden materializar en un instante.

Poco después de nuestra reunión del año pasado, el COVID-19 golpeó el mundo sin piedad.

La pandemia puso de manifiesto la interconexión de nuestra familia humana, y de todo el espectro de los derechos humanos: civiles, culturales, económicos, políticos y sociales. El COVID-19 ha profundizado las divisiones, vulnerabilidades y desigualdades que ya existían, y también ha abierto nuevas fracturas, incluidas ciertas deficiencias en materia de derechos humanos.

Somos testigos de un círculo vicioso de violaciones.

La vida de cientos de millones de familias ha dado un vuelco: los trabajos han desaparecido, las deudas han aumentado y los ingresos han caído con fuerza.

La enfermedad se ha cobrado un número desproporcionado de víctimas entre las mujeres, las minorías, las personas con discapacidad, las personas mayores, los refugiados, los migrantes y los pueblos indígenas.

Se ha retrocedido años en materia de igualdad de género. La pobreza extrema aumenta por primera vez en décadas. Los jóvenes sufren dificultades, no están siendo escolarizados y a menudo tienen un acceso limitado a la tecnología.

El último escándalo moral es la incapacidad de garantizar la equidad en los esfuerzos de vacunación.

Tan solo diez países han administrado más del 75 % de las vacunas contra el
COVID‑19.

Una vacunación con criterios equitativos reafirma los derechos humanos. Un nacionalismo de la vacunación los niega.

Las vacunas deben ser un bien público mundial y ser accesibles y asequibles para todas las personas.

El virus también está infectando los derechos políticos y civiles y reduciendo aún más el espacio cívico.

Utilizando la pandemia como pretexto, las autoridades de algunos países han emprendido políticas de mano dura en materia de seguridad y medidas de emergencia para aplastar la disidencia, criminalizar las libertades básicas, silenciar la información independiente y restringir las actividades de las organizaciones no gubernamentales.

Defensores de los derechos humanos, periodistas, abogados, activistas políticos e incluso profesionales médicos están siendo detenidos, perseguidos y sometidos a intimidación y vigilancia por criticar las respuestas de los Gobiernos a la pandemia —o la falta de ellas.

Las restricciones relacionadas con la pandemia se están utilizando para subvertir los procesos electorales, debilitar la voz de la oposición y suprimir las críticas.

En ocasiones, se ha impedido el acceso a información sobre el COVID‑19 susceptible de salvar vidas, mientras que la desinformación —de consecuencias mortíferas— ha sido amplificada, incluso por quienes ostentan el poder.

De forma más general, la infodemia de COVID-19 ha hecho saltar las alarmas sobre el creciente alcance de las plataformas digitales y el uso y abuso de los datos.

Sobre cada persona se está recopilando un amplio arsenal de información. Sin embargo, realmente no controlamos el acceso a esos datos.

No sabemos cómo se ha reunido tal información, quién lo ha hecho ni con qué fines.

Esos datos se utilizan con propósitos comerciales: para fines publicitarios y de mercadotecnia y para que las empresas aumenten sus beneficios.

Los patrones de comportamiento se están comercializando y vendiendo como contratos de futuros.

Esto ha creado nuevos modelos de negocio y sectores totalmente nuevos que han contribuido a una concentración cada vez mayor de la riqueza y la desigualdad.

Nuestros datos también se utilizan para moldear y manipular nuestras percepciones sin que apenas nos demos cuenta.

Los Gobiernos pueden explotar esos datos para controlar el comportamiento de su propia ciudadanía, violando los derechos humanos de personas o grupos.

Todo esto está lejos de ser ciencia ficción o pronósticos distópicos sobre el siglo XXII.

Está sucediendo aquí y ahora. Y exige un debate serio.

Hemos elaborado una Hoja de Ruta para la Cooperación Digital con el fin de encontrar el camino a seguir.

Exhorto a todos los Estados Miembros a que hagan de los derechos humanos el eje de los marcos normativos y la legislación en materia de desarrollo y uso de las tecnologías digitales.

Necesitamos un futuro digital seguro, equitativo y abierto que no atente contra la privacidad ni la dignidad.

Excelencias,

Nuestro Llamamiento a la Acción en favor de los Derechos Humanos es un marco integral para avanzar en nuestras tareas más importantes: del desarrollo sostenible a la acción climática, de la protección de las libertades fundamentales a la igualdad de género, la preservación del espacio cívico y la garantía de que la tecnología digital sea una fuerza para hacer el bien.

Hoy me presento ante ustedes con la urgencia de redoblar nuestros esfuerzos para que el Llamamiento a la Acción en favor de los Derechos Humanos cobre vida.

Deseo centrarme en dos ámbitos en los que el imperativo de actuar es importante, y el desafío alcanza grandes proporciones.

En primer lugar, la lacra del racismo, la discriminación y la xenofobia.

Y, en segundo término, la violación de derechos humanos más generalizada: la desigualdad de género.

Estos males se nutren de dos de las fuentes de injusticia más profundas de nuestro mundo: el legado de siglos de colonialismo; y la persistencia, a lo largo de milenios, del patriarcado.

La relación que existe entre el racismo y la desigualdad de género es también inequívoca. Algunas de las peores repercusiones de estos males son el solapamiento y la intersección de las formas de discriminación que padecen las mujeres de grupos raciales y étnicos minoritarios.

Avivar el fuego del racismo, el antisemitismo, el fanatismo antimusulmán, la violencia contra algunas comunidades cristianas minoritarias, la homofobia, la xenofobia y la misoginia no es nada nuevo.

Simplemente se ha hecho más evidente y fácil de conseguir y se ha globalizado.

Cuando permitimos que una sola persona sea denigrada, sentamos un precedente para que se demonice a todo el mundo.

Excelencias,

La podredumbre del racismo corroe las instituciones, las estructuras sociales y la vida cotidiana, a veces de forma invisible e insidiosa.

Celebro el nuevo despertar de la lucha mundial por la justicia racial —una ola de resistencia frente a la práctica de ser reducido o ignorado—, que a menudo lideran las mujeres y los jóvenes.

Como unas y otros han destacado, nos queda mucho camino por recorrer.

Aplaudo la decisión del Consejo de Derechos Humanos de informar sobre el racismo sistémico, la rendición de cuentas y la reparación, y las respuestas a las protestas pacíficas contra el racismo, y espero que se adopten medidas concretas.

También debemos intensificar la lucha contra el resurgimiento del neonazismo, la supremacía blanca y el terrorismo por motivos raciales y étnicos.

El peligro de estos movimientos avivados por el odio crece día tras día.

Hay que llamarlos por su nombre:

Los movimientos supremacistas blancos y los movimientos neonazis son algo más que una amenaza terrorista nacional.

Se están convirtiendo en una amenaza transnacional.

Estos y otros grupos han aprovechado la pandemia para reforzar sus filas mediante la polarización social y la manipulación política y cultural.

En la actualidad, estos movimientos extremistas representan la amenaza número uno para la seguridad interna en varios países.

Un frenesí de odio invade a grupos e individuos, que recaudan fondos, reclutan personas y se comunican por Internet en su propio país y en el extranjero y que viajan por el mundo para adiestrarse juntos y poner en red sus ideologías alimentadas por el odio.

Con demasiada frecuencia, personas que ocupan puestos de responsabilidad animan a estos grupos de odio de maneras que hasta hace poco se consideraban inimaginables.

Necesitamos una acción global coordinada para acabar con este grave y creciente peligro.

Excelencias,

También debemos prestar especial atención a la salvaguarda de los derechos de las comunidades minoritarias, muchas de las cuales viven amenazadas en todo el mundo.

Las comunidades minoritarias forman parte de nuestro rico tejido cultural y social.

Al igual que la biodiversidad es fundamental para el bienestar humano, la diversidad de las comunidades es fundamental para la humanidad.

Sin embargo, no solo somos testigos de formas de discriminación, sino también de políticas de asimilación que pretenden acabar con la identidad cultural y religiosa de las comunidades minoritarias.

Cuando se ataca la cultura, la lengua o la fe de una comunidad minoritaria, todo el mundo sale perjudicado.

Cuando las autoridades arrojan sospechas sobre grupos enteros con el pretexto de la seguridad, todo el mundo se ve amenazado.

Estas medidas están llamadas a producir efectos indeseados.

Debemos seguir impulsando políticas que respeten plenamente los derechos humanos y la identidad religiosa, cultural y humana única.

Y, al mismo tiempo, debemos favorecer las condiciones para que cada comunidad se sienta plenamente integrada en el conjunto de la sociedad.

Excelencias,

No hay lacra más extendida en relación con los derechos humanos que la desigualdad de género.

La pandemia de COVID-19 ha agravado aún más la arraigada discriminación contra las mujeres y las niñas.

La crisis tiene rostro de mujer.

La mayoría de los trabajadores esenciales y de primera línea son mujeres: muchas de ellas pertenecen a grupos marginados por motivos de raza u origen étnico y se encuentran en la parte más baja de la escala de ingresos.

El grueso de la carga del cuidado en el hogar, ahora mayor, recae en las mujeres.

La violencia contra las mujeres y las niñas en todas sus formas se ha disparado, desde los abusos en Internet hasta la violencia doméstica, la trata, la explotación sexual y el matrimonio infantil.

Las mujeres son las que han perdido más empleos y se han visto más abocadas a la pobreza.

Todo ello se suma a las ya precarias condiciones socioeconómicas que sufren como consecuencia de los menores ingresos, la brecha salarial y un menor acceso a oportunidades, recursos y protecciones a lo largo de su vida.

Nada de esto ha ocurrido por accidente.

Es el resultado de generaciones de exclusión.

Se trata de una cuestión de poder.

Un mundo y una cultura dominados por los hombres producen resultados dominados por los hombres.

Sin embargo, las mujeres que ocupan posiciones de liderazgo han demostrado su capacidad y eficacia en la lucha contra el COVID-19.

La vida de las mujeres es quizá uno de los barómetros más precisos de la salud del conjunto de la sociedad.

La forma en que una sociedad trata a la mitad de su propia población es un indicador significativo del trato que dispensará a otras personas. Nuestros derechos están indisolublemente unidos.

Esa es la razón por la que, como feminista que se enorgullece de serlo, he cumplido mi compromiso de hacer realidad la paridad de género en la dirección de las Naciones Unidas.

Y he hecho de la igualdad de género una de las principales prioridades de la Organización en su conjunto.

Esta cuestión no solo es responsabilidad de una persona u organismo. Si queremos ser una Organización internacional inclusiva, creíble y eficaz, la tarea nos compete a todos y todas.

Tengo la voluntad de hacer mucho más.

Nuestro Llamamiento a la Acción en favor de los Derechos Humanos hace especial hincapié en la derogación de todas las leyes discriminatorias a nivel mundial.

Y en el logro de la igualdad de derechos de las mujeres en lo que respecta a la participación y la representación, en todos los sectores y a todos los niveles, por medio de actuaciones ambiciosas, incluidas medidas especiales de carácter temporal como las cuotas.

Hacer efectivo este derecho beneficiará al conjunto de la población.

La oportunidad que brindan los problemas creados por el hombre —y elijo estas palabras a propósito— consiste en que tienen solución humana.

Pero esa solución solo puede lograrse compartiendo el liderazgo y la adopción de decisiones y haciendo efectivo el derecho a la igualdad de participación.

Excelencias,

Todos los rincones del planeta sufren el mal de la violación de los derechos humanos.

Por supuesto, hay una serie de situaciones nacionales extremadamente preocupantes, algunas de ellas muy prolongadas en el tiempo, y es en esas circunstancias en las que el Consejo de Derechos Humanos y sus mecanismos son tan vitales para sensibilizar, proteger a las personas, mantener el diálogo y hallar soluciones.

Doy las gracias al Consejo de Derechos Humanos por su reciente y oportuna atención a una situación en la que los desafíos que he señalado hoy son dramáticamente evidentes: me refiero al caso de Myanmar.

Estamos asistiendo al debilitamiento de la democracia, el uso de la fuerza bruta, las detenciones arbitrarias y la represión en todas sus manifestaciones. A restricciones del espacio cívico. A ataques a la sociedad civil. A graves violaciones contra las minorías de las que nadie rinde cuentas, como en el caso de lo que, con razón, se ha dado en llamar limpieza étnica de la población rohinyá. Y la lista continúa.

Todo confluye en una tormenta perfecta de agitación.

Pido hoy al ejército de Myanmar que detenga la represión inmediatamente, libere a los prisioneros, ponga fin a la violencia, y respete los derechos humanos y la voluntad del pueblo expresada en las recientes elecciones.

Los golpes de estado no tienen cabida en nuestro mundo moderno.

Celebro la resolución del Consejo de Derechos Humanos, me comprometo a poner en práctica lo que me solicita en ella y expreso mi pleno apoyo al pueblo de Myanmar en su búsqueda de la democracia, la paz, los derechos humanos y el estado de derecho.

Excelencias,

En todo el mundo hay personas que confían en las Naciones Unidas para asegurar y proteger sus derechos.

Ahora que la pandemia pone el foco en los derechos humanos, la recuperación nos brinda la oportunidad de generar un impulso para la transformación.

Ha llegado la hora del reajuste. De la remodelación. De la reconstrucción. De la recuperación para mejorar, guiados por los derechos humanos y la dignidad humana para todas las personas.

Estoy convencido de que es posible, si mostramos determinación y actuamos desde la unidad.

Muchas gracias.


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