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Después de la crisis del 2001, Silvia Bleichmar, psicoanalista argentina, escribió un texto titulado “La encrucijada de Caperucita”.
Allí decía: “Caperucita Roja no es ingenua por haberle creído al lobo, sino por haber convertido la evidencia de las enormes orejas, la gran nariz, las manos peludas, en objeto de una interrogación al servicio de la desmentida, buscando en las respuestas que recibía una racionalidad que anulara su profunda sospecha de que no estaba, en realidad, ante su abuelita.
Por eso, en lugar de huir, siguió preguntando, no a la búsqueda de la verdad que de algún modo conocía, sino en el intento de que la respuesta oficiara al servicio de su deseo de anulación de la percepción: orejas grandes para oírte mejor -qué mayor halago que ese- manos grandes para tocarte mejor -qué hermoso, cómo me quiere mi abuelita-, ojos grandes para mirarte mejor -soy tan bella, objeto de la mirada amorosa que requiere ojos grandes para poder apreciarla. Boca grande para comerte mejor, y ya es tarde, ya está en las fauces y en la barriga del lobo, hasta que alguien venga a liberarla, porque no sólo ha quedado atrapada, sino que ha cedido las pocas fuerzas que tenía para evitar su captura o destruir a su captor”.
La desmentida es un mecanismo que consiste en que el sujeto rehúsa reconocer la realidad de una percepción, renegando de ella. Caperucita no ignora lo que le va a pasar, de hecho, sospecha. Pero desmiente lo que percibe para sostener lo que quiere creer. Se hace la sota respecto de lo que advierte. Y así le va.
Ese es el problema con las creencias, pueden prescindir absolutamente del juicio crítico y del principio de realidad, porque se sostienen solamente en lo que se quiere creer. Son parientas del pensamiento mágico, la certeza incuestionable y la necedad. Pero no por eso, la realidad deja de ocurrir. Circula un video en el que la flamante diputada Lilia Lemoine, literalmente “explica” que la tierra es plana. Y, aun así, la tierra sigue girando.
Estoy muy triste, preocupada y angustiada. Sé que es el precio de no desmentir la percepción de la realidad que, de mala, en poco tiempo, va a ser muchísimo peor. Como dice la canción: “Yo no sé, como si nos faltaran cadenas, como si nos sobraran las cenas, como si diera dicha el dolor. Yo no sé si el mal tiempo trae mala fe, si la desesperación hace blanco y se cierran los laicos colegios. Si se vuelve al sortilegio y aprendices de delfín creen llegar a Merlín”.
Me impacta ver gente que va camino a su propia destrucción, vitoreando con pasión a la motosierra que la va a partir al medio. Me parece tan loco que recurrí a la psicopatología –la desmentida es un mecanismo propio de las psicosis y las perversiones-.
Destruir, romper, como pegar y matar, puede ser terriblemente satisfactorio cuando el malestar excede. Pero como también le escuché decir a Silvia Bleichmar, citando a Thomas Mann: “supo que, si matar era hermoso, haber matado era terrible”. Construir, cuidar, sostener, es mucho más trabajoso. Vivir da mucho más trabajo que morirse. Hay cosas –y no son materiales las más importantes- que se rompen, se destruyen, y no se recuperan más.
Que nadie se haga el distraído. “De ingenuos está llena la complicidad de “los inocentes” con el terrorismo de Estado, con los golpeadores familiares, con la injusticia en general. El ingenuo no es sino alguien que cierra los ojos. La ingenuidad política es, también, des-responsabilidad. (…) A diferencia de un iluso, pariente demenciado del ingenuo, la esperanza implica una evaluación de las condiciones de realización futura de un logro no alcanzado. Pero como tal, implica un reconocimiento de los recursos posibles y de su empleo. Por eso la esperanza, como el amor, siempre está presta a encontrar nuevos objetos en los cuales realizarse, a los cuales ceder la posibilidad frustra de los proyectos anteriores”.
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